Nuevas portadas de "Cuentos de Barrio". |
Extracto del libro de Alejandra Lagos : CUENTOS DE BARRIO
Ya de madrugada -tarde para ser noche, temprano
aún para ser de mañana- en fin, una hora indefinida, eso sí, la hora apropiada para hacer un recuento del
día.
Cuántas historias escuchadas, rumores del barrio; cómo adentrarme aún más
en las vidas de las personas de estas cuadras, de este un barrio antiguo lleno
de historias, inserto en el medio de la gran ciudad, pero que carece de esos
adelantos del barrio alto; un barrio donde la gente prefiere comprar en un
almacén, en donde pueden desahogar sus alegrías y penas, donde todos se
saludan, se miran y se reconocen sin saber detalles, pero sí saben... son
vecinos. Un barrio que alberga y acoge a muchos, sin hacer preguntas; un barrio
donde te saludan las diferentes culturas de nuestro continente, donde la vida
fluye con una interminable mezcla de sabores, olores y colores, donde los niños
transitan solos por las veredas, donde en los domingos la feria es extensa,
donde encuentras los sabores y los colores son infinitos, las voces con sus
cánticos melodiosos, todos... todos diferentes, peleando para hacerse entender.
Así te das cuenta que en estas escasas cuadras, esta América contenida toda,
cada uno tiene un lugar, un espacio asignado; así, en una esquina te llega el
aroma fuerte de un buen ceviche peruano
y a la siguiente ves los colores de una cocina colombiana y un poco más allá un
uruguayo con su mate; otro poco... ves a un venezolano mirando los
plátanos y todo entre los gritos de los
feriantes que ofertan sus productos frescos; la picardía propia de nuestra gente se torna
divertida , pues de repente te das cuenta que las mismas palabras son
diferentes según quien las use. Cuántas historias hay escondidas entre tanta
gente.
Están
los antiguos cités, donde viven muchas familias en cada pieza y cada pieza es
un mundo en sí mismo. Están las que antaño eran casas de remolienda, hoy
transformadas en pensiones; unos cuantos edificios que creyeron estar en el
barrio alto; la plaza llena todo el día, todo el año y a cada hora un habitante
diferente.
Cómo
contar la historia, si estas son
historias tan privadas, pero tan públicas; por la conversa en el
almacén, en la botillería, en la cabina del teléfono, al interior del ciber de
la esquina, en la máquina de juego clandestina de día, destapada y libre al
atardecer.
En
algún momento, en esas palabras cruzadas mientras compramos el pan, el cuarto
de azúcar, ese sobre de café, escuchamos diálogos, diálogos que no son más que
una forma de hacer patente la necesidad
que todos tenemos de comunicarnos; más allá del apreciado y cordial
saludo, están presentes en ellos nuestros
deportistas de sillón, el comentario sobre tal o cual partido de fútbol,
envueltos en un colorido lenguaje, atiborrado de deseos ocultos, de
frustraciones y alegrías. Ellos,
convencidos de que su comentario es sólo cosa de hombres; por lo tanto pierden
el recato en sus palabras y se dejan
llevar por esa extraña pasión deportiva de la contemplación pasiva del deporte,
mirando quizás de reojo a la nueva vecina que tiene nuevas curvas que mostrar. Ellas, con su coquetería natural que emana de
sí mismas, sin darse cuenta, o tal vez en la certeza que esta será entendida,
permitida, mientras sacan lentamente, eligiendo cuidadosamente cada pan,
cuidando hasta el más mínimo detalle de sus movimientos, compartiendo sin darse
cuenta una misma realidad con ellos,
hablando de lo que pasa en el mundo más allá de nuestras fronteras de
barrio y cuidando cada palabra, cada
juicio emitido sobre lo que aconteció el día anterior, en tal o cual casa y,
entre conversa y conversa, los pequeñines corretean entre las piernas de todos,
estiran sus manitas pidiendo un dulce, un chocolate; todos miran, son parte del
juego de los pequeños que, si hasta cuando salen corriendo por las vereda,
siempre hay alguien que está pendiente.
Los niños, ya un poco más grandes,
felices de ser los propietarios de alguna moneda, llegan hasta allí con sus pesitos,
preguntando simplemente para qué me alcanza; felices de ser escuchados, salen
corriendo con su compra y así, entre comentarios
de los grandes, están los más jóvenes que ayer eran niños y hoy pasan por la
vereda devorándose a la vida, mostrando
que son ya mayores, pues transitan solos y solas por nuestras calles, se
detienen, comparten con los ya adultos, opinan, escuchan y son escuchados, se
sienten felices y seguramente piensan,
sienten que el mundo es sólo de ellos,
y, como casi al pasar, preguntan por esa chica o ese chico en la
seguridad que nadie se da cuenta.
Así
transcurre la vida de barrio en tiempos de modernidad, en una cultura
que sólo se torna más y más individualista; estos pequeños oasis de vida son de
verdad un vergel de vida.
Se cuentan historias de vida, mientras se
pregunta por los puchos, se habla de la delincuencia que nos hiere y obliga a
poner rejas, de los despreciados por la sociedad que se sientan en el banco fabricado
en la vereda a tomar sus tragos y a compartir sus penas disfrazadas, antes de
partir a la pieza que los albergará un día más (...)
Para adquirir ejemplares de este libro, escribir a su autora:
Alejandra Lagos
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