jueves, 2 de mayo de 2013

Nuevas portadas y extracto de CUENTOS DE BARRIO

Nuevas portadas de "Cuentos de Barrio".



Extracto del libro de Alejandra Lagos : CUENTOS DE BARRIO    




Ya de madrugada -tarde para ser noche, temprano aún para ser de mañana- en fin, una hora indefinida, eso sí,  la hora apropiada para hacer un recuento del día. 

Cuántas historias escuchadas, rumores del barrio; cómo adentrarme aún más en las vidas de las personas de estas cuadras, de este un barrio antiguo lleno de historias, inserto en el medio de la gran ciudad, pero que carece de esos adelantos del barrio alto; un barrio donde la gente prefiere comprar en un almacén, en donde pueden desahogar sus alegrías y penas, donde todos se saludan, se miran y se reconocen sin saber detalles, pero sí saben... son vecinos. Un barrio que alberga y acoge a muchos, sin hacer preguntas; un barrio donde te saludan las diferentes culturas de nuestro continente, donde la vida fluye con una interminable mezcla de sabores, olores y colores, donde los niños transitan solos por las veredas, donde en los domingos la feria es extensa, donde encuentras los sabores y los colores son infinitos, las voces con sus cánticos melodiosos, todos... todos diferentes, peleando para hacerse entender. 


Así te das cuenta que en estas escasas cuadras, esta América contenida toda, cada uno tiene un lugar, un espacio asignado; así, en una esquina te llega el aroma  fuerte de un buen ceviche peruano y a la siguiente ves los colores de una cocina colombiana y un poco más allá un uruguayo con su mate; otro poco... ves a un venezolano mirando los plátanos  y todo entre los gritos de los feriantes que ofertan sus productos frescos; la   picardía propia de nuestra gente se torna divertida , pues de repente te das cuenta que las mismas palabras son diferentes según quien las use. Cuántas historias hay escondidas entre tanta gente.


Están los antiguos cités, donde viven muchas familias en cada pieza y cada pieza es un mundo en sí mismo. Están las que antaño eran casas de remolienda, hoy transformadas en pensiones; unos cuantos edificios que creyeron estar en el barrio alto; la plaza llena todo el día, todo el año y a cada hora un habitante diferente.
Cómo contar la historia, si estas son  historias tan privadas, pero tan públicas; por la conversa en el almacén, en la botillería, en la cabina del teléfono, al interior del ciber de la esquina, en la máquina de juego clandestina de día, destapada y libre al atardecer.


En algún momento, en esas palabras cruzadas mientras compramos el pan, el cuarto de azúcar, ese sobre de café, escuchamos diálogos, diálogos que no son más que una forma de hacer patente la necesidad   que todos tenemos de comunicarnos; más allá del apreciado y cordial saludo, están presentes en ellos nuestros  deportistas de sillón, el comentario sobre tal o cual partido de fútbol, envueltos en un colorido lenguaje, atiborrado de deseos ocultos, de frustraciones y alegrías.  Ellos, convencidos de que su comentario es sólo cosa de hombres; por lo tanto pierden el recato en sus palabras  y se dejan llevar por esa extraña pasión deportiva de la contemplación pasiva del deporte, mirando quizás de reojo a la nueva vecina que tiene nuevas curvas que mostrar.  Ellas, con su coquetería natural que emana de sí mismas, sin darse cuenta, o tal vez en la certeza que esta será entendida, permitida, mientras sacan lentamente, eligiendo cuidadosamente cada pan, cuidando hasta el más mínimo detalle de sus movimientos, compartiendo sin darse cuenta una misma realidad  con ellos, hablando de lo que pasa en el mundo más allá de nuestras fronteras de barrio  y cuidando cada palabra, cada juicio emitido sobre lo que aconteció el día anterior, en tal o cual casa y, entre conversa y conversa, los pequeñines corretean entre las piernas de todos, estiran sus manitas pidiendo un dulce, un chocolate; todos miran, son parte del juego de los pequeños que, si hasta cuando salen corriendo por las vereda, siempre hay alguien que está pendiente. 


Los niños, ya un poco más grandes, felices de ser los propietarios de alguna moneda,  llegan hasta allí con sus pesitos, preguntando simplemente para qué me alcanza; felices de ser escuchados, salen corriendo con su compra y  así, entre comentarios de los grandes, están los más jóvenes que ayer eran niños y hoy pasan por la vereda devorándose a la vida,  mostrando que son ya mayores, pues transitan solos y solas por nuestras calles, se detienen, comparten con los ya adultos, opinan, escuchan y son escuchados, se sienten felices y seguramente  piensan, sienten que el mundo es sólo de ellos,  y, como casi al pasar, preguntan por esa chica o ese chico en la seguridad que nadie se da cuenta.
  Así  transcurre la vida de barrio en tiempos de modernidad, en una cultura que sólo se torna más y más individualista; estos pequeños oasis de vida son de verdad un vergel de vida.
   

Se cuentan historias de vida, mientras se pregunta por los puchos, se habla de la delincuencia que nos hiere y obliga a poner rejas, de los despreciados por la sociedad que se sientan en el banco fabricado en la vereda a tomar sus tragos y a compartir sus penas disfrazadas, antes de partir a la pieza que los albergará un día más (...)




Para adquirir ejemplares de este libro, escribir a su autora: 

Alejandra Lagos



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